Mise en place

Aca empieza todo...

domingo, 28 de marzo de 2010

Rogelio




Mesas abarrotadas de gente, platinas repletas de comida parece la última cena,
pero no lo es. La misma imagen se repite todos los días y todas las noches en el bar de Rogelio, el bar Norte. Sobre las calle Talcahuano, entre Marcelo T. (me gusta llamarla así) y Paraguay, se alza esta casa de comidas, y el nombre "casa" le sienta justo, ya que los comensales ahí se sienten como en su propio hogar. ¿Será la comida que sale a la velocidad de los mejores restoranes, la cual nunca hace esperar al ansioso comensal? ¿será el sabor y aroma de sus platos que nos recuerdan a los platos de madres y abuelas? ¿será el trato cordial y efectivo de sus mozos? (si mozos, no camareros). En Norte conviven todo tipo de personajes: oficinistas hambrientos, parejas enamoradas, otras desenamoradas, estudiantes, vagantes nocturnos, vecinos del barrio, etc. Pero un personaje importante es Rogelio, el dueño del bar, el mismo que está ahí  hace como cuarenta años. Maneja como un capitán a su barco y su tripulación. Parado detrás de la barra de madera escoltado por unos jamones que cuelgan del techo, por el vapor de la cafetera y por la decena de pedidos que esperan ser llevados a destino. El dirige todo y todos se sienten seguros de ser dirigidos por él. A sus espaldas se encuentra el motor, la cocina, la cual piloteada por cocineros de oficio, esos que parecen ser presidiarios que en su día de salida permitida se meten a cocinar. Pero justamente ahí es donde se mueven como una perfecta maquina. La mesada central sirve de refugio para cuchillos, tablas, platinas. En un extremo las salsas en ollas de aluminio esperando ser penetradas por el robusto cucharon. Por otro lado una heladera de madera (si de madera), se abre y se cierra tantas veces como platos salen por despacho. Y por detrás el infierno, ahí donde todo se cocina, los anafes largan fuegos que parecieran que salen de la mismísima boca del demonio, ni el propio Dante hubiera pensado en algo así para su infierno. Es viernes y los mozos no paran de cantar comandas, Rogelio entra, da una orden y la sinfonía de fuegos no desafina. Tortillas, revueltos de gramajo, costillas a la riojana, matambres tiernizados, bifes de chorizo, flanes, crema catalana, sifones de soda y vino de la casa. Un bacanal se sirve todas las noches, ahí en el bar de Rogelio.

 Agradecimientos: Daniela Higa, fotografa gastronomica.

3 comentarios:

  1. Lees este post y te dan ganas de correr a lo de Rogelio, de abrir la puerta del bar y sin que importe que es lo que vas a pedir, hacer tu orden y sentarte como en casa a esperar que una vez mas un plato riquisimo te sorprenda ariba de la mesa.Muy buenoooo .....

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  2. entrada: unas rabas y si no tuve suerte a la repartija xq llegue tarde, sigo con mi segunda opción: revuelto de gramajo.
    plato principal: sorrentinos con sala mixta, bien caseritos rellenos de abundante muza y jamón.
    Postre: vigilante (queso y batata)
    luego: caminar unas cuadras para bajar la comida y llegar más que satisfecho a casa diciendo "que bien comi, che".

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  3. para mi la mejor parte es esta frase que me recuerda a mi abuelo adoptivo que tuve alguna vez y que se encuentra arriba tripulando algun velero... y que esta muy bien narrado... Maneja como un capitán a su barco y su tripulación. Parado detrás de la barra de madera escoltado por unos jamones que cuelgan del techo, por el vapor de la cafetera y por la decena de pedidos que esperan ser llevados a destino. El dirige todo y todos se sienten seguros de ser dirigidos por él. juan ignacio perez crespo (facebook)

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